Martos-Jaén 22/01/2011
Martos - Jaén recuperando los pasos de nuestros antepasados. Volvemos a Jaén. Esta ruta nos ofrece muchas oportunidades. Ruta que nos lleva por el camino que utilizaban nuestros antepasados para desplazarse a la capital, Jaén.
Ruta que nos permite descubrir la extensa red de Vías pecuarias que pueblan nuestra provincia. Para empezar, tomamos la Cañada Real Camino de Jaén. Vía principal que alcanzaba una anchura de 70 metros. Para no cansarnos nos ofrece una primera parada en el Descansaero de la Maleza. Ajenos a las pasadas fiestas de la Navidad, entonados, desperezados nos aprestamos a gozar de nuestra ruta.
La tierra escupe agua por doquier. La Maleza se ha cargado al máximo. La sierra – esponja deja fluir el agua recibida, en las abundantes lluvias, por sus salidas naturales. Las bocaminas manan precipitadamente. El sobrante del registro, que conduce el agua potable a Martos, se lanza monte abajo. Ahora podemos observar el Arroyo de la Maleza brioso.
Aguas que nos aseguran la existencia de varios molinos harineros. Restos desaparecidos.
Solo nos queda, como testimonio certero, el Molino del Cubo.
El Arroyo de las Mulas nos comunica el límite de los términos de Martos y Jamilena. El camino nos informa de los diferentes proyectos realizados en ambos municipios en relación
con el arreglo de los caminos rurales.
Corremos, paralelos, tomando una supuesta curva de nivel, entre la zona montañosa y la campiña. Jaén toma fuerza como paraíso interior. Frente a la oferta de sol y playa Jaén se
señorea de su riqueza natural. Riqueza que se concreta en un paisaje variado y multicolor.
Variedad derivada de su orografía ondulada, salpicada de montículos. Variedad asociada a sus cadenas montañosas, adueñadas de parte de la provincia. La Sierra de la Grana nos acompaña como telón de fondo, a la derecha. El Cerro Miguelico, en Torredelcampo, nos espera para presentarnos una oferta múltiple. Balcón adecuado para perdernos, en
discusiones, en los nombres de los numerosos pueblos que salpican el paisaje. Restos históricos concretados en la muralla ciclópea, en los enterramientos. Espacio de ocio, adecuado para el descanso y la convivencia familiar.
Abandonamos la senda natural, que cruza el pueblo y corre paralela a la autovía. Elegimos la senda de la sierra. Estamos ansiosos de extasiarnos en los lindazos de almendros en flor.
Si el tiempo y el ánimo nos dejan esta tarea nos llevará varios minutos, varias emociones.
La emoción compartida de descubrir juntos, un años más, el inicio del milagro de la naturaleza. La preñez de los seres autótrofos, capaces de convertir la energía solar en vida.
El misterio de las plantas. Sin olvidarnos del salpiqueo de los morados lirios, humildes, rastreros, provocadores.
El paso por Megatín nos informa de la vivienda moderna, pegada al campo. El Cerro del Mortero aparece como una referencia certera de nuestra ruta. El Cerro de la Vicaría, a la
derecha, y Valcrespo, a la izquierda, nos acompañan, sin sentir, para adentrarnos en la masa de pinos que nos introduce en El Neveral. Descendemos. Las callejas antiguas, tortuosas nos conducen a la Catedral. Foto de familia. Meta. Tiempo de observar la nueva estructura de la Plaza. Desconocemos qué opinaría Andrés de Vandelvira, allá por los años 1550, cuando empezó las obras de la Catedral, de este nuevo y polémico entorno.