Turismo en Martos

Los Villares Sima Encantada 28/01/2012

La sima encantada. Leyendas que nos atrapan. Con el nuevo año, reiniciamos nuestras rutas programadas. Y reiniciamos nuestro mundo de emociones compartido.

Amistad, cuidado, atención, solidaridad, ponerse en el lugar del otro. Realmente volví impresionado. La ruta me atrapa, las emociones se multiplican. Pero entre todas ellas destaco la calidad de las relaciones personales que se está dando en nuestro grupo de senderistas. Javier Fuentes ha sido mi guía. Javier Fuentes me ha permitido sintonizar, emocionarme con su trato, su amistad, su atención, su cuidado.

Ha preparado la ruta durante varios días, pensando en todos, para que todos la podamos disfrutar.

Ascendemos entre olivos. Nuestra meta Las Peñas de Castro. En su cima, 945 metros, queda un resto de una torre medieval. Atrás nos queda el ingente Jabalcuz. Un salpiqueo de olivos centenarios, raquíticos en su expresión, alojados en la pendiente, nos llaman sin cesar. El olivo, nuestro amigo siempre presente en nuestras rutas. Una roca majestuosa nos ofrece su cara sur. La bordeamos. A sus pies, inmenso, altivo, variado, orgulloso, simple, provocador, se nos ofrece un paisaje único. Jaén, Jaén, su catedral, su paisaje urbano nos invita a reconocerlo desde este enfoque diferente. Y nuestros ojos se nos pierden en el infinito, amarrados a nuestro deseo de ubicarnos en el vasto paisaje de nuestra provincia. El río a nuestra derecha. Aún es el río Eliche. Pronto entrega sus aguas y se transforma en el río Gadalbullón. Los restos de un torreón árabe nos informan de historias pasadas. Nos encontramos chocados. Bajamos, una amable explanada nos invita a desayunar.

Por los pies de esta mole rocosa discurre un pequeño sendero, estrecho, accidentado, metido entre una masa de pinos nos lleva, descendiendo, hasta la cara sureste de las Peñas. La roca, la pura roca empieza a ser provocativa. Sus formas caprichosas se pasean ante nosotros, remarcando un ojo rocoso, señal del mayor capricho de los procesos de erosión.

Avanzamos. Buscamos la cara norte. ¡ La cueva secreta! Es un abrigo en la roca. La acción de algún pastor o de quién sabe, ha dejado las huellas de fuego. Entre el humo se destacan aún restos de pinturas rupestres. Son de color rojo. Se aprecian pinturas antropomórficas. Sin querer me alejo en el tiempo. Tiempo incierto, unos 10 000- 15 000 años, atrás. Quién sabe. Silencio. Vibración.

Una sensación extraña nos atrapa. Lo infinito, lo extraordinario, viene a cuestionar los pequeños, grandes, problemas cotidianos.

Una ermita de 1983, capricho familiar, memoria centenaria. Señal de poderes económicos. Señal que se repite en el Cortijo de Pedro, el cruel. Su enorme era empedrada y sus ruinas nos informan de sistemas productivos extensos. Empezamos a divisar las explanadas del cortijo Mingo. Los cortados del Veleta. La Pandera a la derecha. Entramos en un nuevo capricho rocoso de los efectos de la erosión. El Canjorro. Las paredes verticales recorridas por jóvenes escaladores que han ido abriendo sus veredas roca arriba. Algunos han dado nombre a su ruta de escalada.

Los restos de un antiguo cortijo, El cortijo de las ánimas, nos acercan a la Sima Encantada. La mole rocosa se ha fraccionado, mostrando en la superficie pequeños agujeros que nos introducen en las entrañas de la tierra. Nos viene a la memoria la palabra telúrico. En efecto estamos en un paisaje telúrico. Territorio poblado de leyendas. Y presa de este paisaje novedoso nos relajamos al oír al fondo el comentario dolido de las mujeres, que vagan por estos contornos.