Pregón de la Semana Santa
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Semana Santa Pregoneros 2012 |
Que el Señor, mi
Dios, ilumine mi
mente y me de
claridad de
palabra.
Amen
Elegir un presentador o presentadora no es fácil, uno tiene que sopesar muchas cosas: la primera es que te conozca, que sea buen redactor o buena redactora, que te quiera... Debe excluir, seguramente, a muchos que podrían hacerlo también muy bien, porque muchos son los que tienen esas cualidades y afinidades para conmigo. En este caso, parece que elegí demasiado bien, porque se ha pasado. Ella me ve así porque me tiene un afecto, un cariño que agradezco profundamente, espero y deseo que Inma lo perciba también en mí igual que yo lo he notado en ella. YO TAMBIÉN TE QUIERO. GRACIAS POR TODO INMA, MUCHAS GRACIAS.
Ya iba taciturno cuando entré en el bar de Paco. A Paco no le gustaba que le dijera Paco, pero a fuer de llamárselo se había acostumbrado y lo toleraba porque sabía que se lo decía con cariño y una pizca de humor para conseguir “chincharlo”. Al principio me miraba, no con desagrado, pero con mohín de desaprobación. Después, a lo largo del tiempo, fue desapareciendo el ademán y una sonrisa iluminaba su cara cuando se lo decía mirándole a los ojillos azules para ver su reacción.
Me senté en el taburete, en el rincón de la barra, como solía hacerlo todas las tardes-noches. Mientras, Paco se afanaba en la limpieza de utensilios y cafetera con movimientos rápidos y precisos, con profesionalidad adquirida con el paso del tiempo. Yo, entretanto, observaba su pericia esperando a mis compañeros de tertulia, de juegos de barra y a veces de cena.
Es interesante cómo cualquier situación puede desencadenar, en el ser humano, un torrente de sentimientos. Después de la charla con mis catecúmenos de confirmación, el día me obligó a quedarme a la misa de ocho en la parroquia y, a partir de entonces, la gran bola de mis pensamientos requería una puesta en orden, era difícil, todos se agolpaban a la vez. Sólo después de un rato, los esfuerzos de mi mente se vieron recompensados, curiosamente, con la salida imaginativa de una masa de harina mezclada, aglutinada, amasada, manoseada con huevos y vino, ajonjolí, aplanada, retorcida y puesta en aceite bien caliente para que una vez frita, se pase por miel, o azúcar y canela… La mente a cientos de kilómetros, la vista perdida, insalivando como el perro de Paulov, evadido de la realidad, me acercó a ella una voz grave –“Mestre què vol”.
Inmediatamente una respuesta – ¡pestiños! Quiero pestiños- Casi le grito a punto de atragantarme con mis propios jugos y con los ojos cerrados paladeando lo imposible.
Paco, sobresaltado y aturdido por mi respuesta, me mira y suelta ¿ Eh? Y yo, ya sonriendo le replico displicente –Posa una gerra de cervesa si us plau, Francesc.
Se va con la sorpresa del idioma y de su nombre, pocas veces pronunciado por mí, en la cara y yo me quedo, otra vez, con mis pensamientos. Cuando trae la jarra de cerveza, sin mirarlo, lo noto preocupado por mí.
Poco a poco van llegando los contertulios y yo apenas me doy cuenta de que vienen, me saludan y charlan animadamente, aunque de vez en cuando me echan una mirada furtiva, un poco interrogadora. Mi mano en la cara, el codo en la barra y mi mirada perdida les tiene intrigados.
Se miran y dialogan, sin hablar, sobre mí.
Efectivamente, no articulan palabras pero hablan de mí. Es fascinante cómo el ser humano puede comunicarse con otro mediante gestos, visajes de la cara y miradas: primero se enarcan dos veces las cejas a la vez que levantan imperceptiblemente la cabeza, para llamar la atención del partenaire –a veces con un sonido onomatopéyico… psss….pss). Después fruncen el ceño y aprietan los labios inclinando la cabeza ligeramente hacia un lado y, levantando el hombro, inquieren al oponente al mismo tiempo que dirigen las pupilas hacia el sujeto sobre el que se pregunta, pero sin mover la cabeza, no vaya a ser que se de cuenta. ¿Qué le pasa a éste? Y la respuesta del otro levantando los hombros y las cejas, apretando los labios en un mohín, está respondiendo que no lo sabe.
Al fin uno me pregunta -¿Te pasa algo? Y yo, saliendo de mi ensimismamiento, muevo la cabeza indicando que no y apostillo, -cosas mías…
En otra ronda alguien me pregunta-¿tú que quieres?
Esta vez mi respuesta los descoloca totalmente.
-Tres notas- contesto. Mi interlocutor, sin comprender, me replica…-eso es fácil, pon tres exámenes y “santas pascuas” Y yo me sonrío de nuevo ante la ignorancia de mi amigo. Éste se vuelve a los demás y llevándose el dedo índice a la sien hace un pequeño ademán de taladro…
Sí, yo quiero, en aquellos instantes, tres notas en mi oído, tres notas que tenía en la mente. Tres notas de diferentes formas, tres notas hiladas, de diferente duración, colocadas en su posición, forman un todo para mí. En aquel instante el ruido del ambiente no me dejaba oírlas, ni siquiera en mi imaginación las podía escuchar, dolorosamente el bullicio me impedía la concentración necesaria, así que opté por marcharme.
De pronto me levanto y me despido, entonces Francesc, Paco para mí, me pregunta -¿Pero Miquel Ángel no vas a sopar avui?. Y casi desde la puerta respondo –no, hoy no voy a cenar, Francesc. ¡Adeu!. E insiste elevando la voz, como un padre preocupado -¿un got de llet? –Ni siquiera un vaso de leche- le digo y me marcho para la habitación.
El barro de mi cuerpo cae en la cama y las tres notas martillean en mi mente, pero yo quiero oírlas, a mil kilómetros de distancia, yo quiero oírlas, asomadas al balcón que las produce, derramándose por la ladera, llegando hasta mí, envolviéndome, acariciándome y besándome como cuando era niño, como cuando intrigado, me asomaba al ventanuco de la cámara, intentando ver qué y quién las producía.
Las quiero en el oído, no sólo en la mente. Abro la boca y un sonido tenue sale de mis labios y entonces, despacio, asustadizo, pero recordado…, mil veces recordado aparece: Do, mi , sol, mi. Do mi sol mi do. Do mi sol. Do mi sol mi do. Y lo repito, valientemente en la soledad de mi cuarto, lo repito y esta vez más altoDo, mi , sol, mi. Do mi sol mi do. Do mi sol. Do mi sol mi do y otra vez más aun y una tercera vez gritando y una cuarta: Do mi sol mi. Do mi sol… de pronto la puerta se abre y con los ojos muy abiertos, como pillado in fraganti veo a mis compañeros de otras habitaciones, extrañados, preocupados, y preguntando que qué le pasaba al maestro que parecía que se había vuelto loco.
Y les digo que no, que son sólo recuerdos, dulces recuerdos apenas amortiguados por la distancia, que habían aflorado, como un geyser con toda su potencia, al exterior de la evocación de mi ser. Y les hablo de Juanillón, de su trompeta, de mi pueblo, de Martos.
¿…Cómo era? ¿...ay, cómo eran aquellos versos del P. Vicente Recio?... Ah sí:
Martos
Palabra transida
de fabuloso sentido,
que descifrar no ha sabido
la erudición atrevida.
Peña gigante y erguida la tuya,
jirón de historia,
testigo y ejecutoria
de tu grandeza encumbrada
y de la no superada
pesadumbre de tu gloria
Les hablo de su historia secular, de las costumbres, de las realidades…, de las fantasías.
Nos salimos al repartidor y se entabla un diálogo atropellado, casi de sordos, diciendo cada uno lo que sucede en la Semana Grande de su pueblo. Domingo, de Jamilena, grita que lo mejor en su pueblo es el cuadro de Nuestro Padre Jesús. Antonio responde que para Nazareno el de su pueblo, que es Puente Genil, y que allí, en un momento dado, la imagen imparte la bendición y es el momento delirante de su Semana Santa. Juan, que es de Baena, nos calla a todos intentando decir los decibelios que alcanzan los tambores en su ciudad y Ramón, el de Almería…, el que vino huyendo de sus recuerdos que siempre le alcanzan y los ahoga en alcohol, aunque, los malditos, han aprendido a nadar; calla con la mirada en el infinito y vemos dos lágrimas asomar y resbalar por sus mejillas, mientras su mano, que sostiene un pitillo entre los dedos, tiembla separada unos centímetros de sus labios. Entonces todos bajamos la cabeza después de mirarnos los unos a los otros. Un silencio se produce en la estancia y, como a una orden, nos retiramos a nuestros respectivos cuartos, con una sensación de ahogo y mariposas de ansiedad en el estómago.
Así pasó por mi vida, por mi, en aquellos tiempos, joven vida, el Miércoles de Ceniza del año 1977, en una pensión de un pueblo del cinturón industrial de Barcelona, porque (perdónenme la complicidad de este instante con mis amigos) yo…Inma, Pepe, Antoñín, Asun, Mati… yo… he estado en Barcelona.
Excelentísimos todos, amadísima esposa y queridas hijas y mamá.
Heme aquí y no sé por qué… bueno, sí lo sé. Porque un grupo de personas que me quieren bien (a las que agradezco profundamente), han permitido que, en el adagio de mi otoño, tuviese el inmenso honor de poner en palabras escritas este amor, este reencuentro conmigo, este dialogo con Él en la soledad de mi alma (porque para “hablar de Dios hay que hablar con Dios” dice Benedicto XVI), esta confesión que produce la dulce catarsis de pregonar la epifanía, esta manifestación de Xto, que es la Semana Santa de mi pueblo.
Pero el caso es que me pongo a pensar en qué momento me golpeó la flecha, en qué instante me picó el gusanillo, me asaeteó el dardo de Cupido que me produjera el amor a Ti representado en este MUNDO cofrade, pues no se puede hablar de sólo esos 7 días intensos, esa semana es el culmen de un año de intenso trabajo –unos momentos más que otros-, es la apoteosis barroca de un sentir popular, es el derrame de satisfacción para aquellos que, sin tener otras pretensiones que servir a tu Iglesia y por ende a Ti mismo, han luchado buscando recursos para servir de trasmisión, de eslabón en la cadena de la historia cultural de nuestro país, de nuestra región, de nuestro pueblo.
Por mi cabeza pasan tantos instantes, tantos momentos…. que no sé cuál será el de mayor impacto producido:
Quizás el frío hierro en mi sien o la suave respiración de mi madre en la nuca, o las sombras en las paredes, mientras veo pasar a tu Madre, sola y desesperada por la Carrera, o la visión de algunos de mis compañeros vestidos de romanos escoltando a tu imagen cabalgando en una Borriquita, o el recuerdo de portaestandarte en la banda juvenil “in illo tempore” de aquella procesión.
A lo mejor el sonido sordo aumentado por el silencio,….ras, ras…, ras…, de unas cadenas arrastradas y arrastrando piedras, barro e inmundicias en la calle las Huertas.
¿Pudiera ser el signo de la cruz, sobre la frente y el pecho de todo el mundo observante, al paso de tus imágenes sobrecogedoras? ¿En la subida de las procesiones por la calle Campiña? ¿La emoción contenida… o no contenida en la majestuosidad silente de un Cautivo por la cuesta de los patines de la calle Real, en aquellos años en las que respiraciones profundas y gemidos de dolor salían de las entrañas de tu trono...?
¿Es posible que aquella gente sencilla que iba tras de Ti Nazareno, con aquel fervor, fuese la que me impactara? ¿ o la mano que señala ¡por allí!, por allí va el Varón de Dolores? Miradlo, ¿hay más dolor que el que está sufriendo? ¿o el bullicio en la Fuente Nueva con la entrada de la Banda de la Guardia Civil en traje de gala y la cohetería festiva y triunfante, como el Dios que asoma a las calles y plazas de Martos?
¿Acaso una túnica negra desmayada en una silla de enea, recientemente planchada, con un escudo amarillo y una S que sinuosamente envuelve a un clavo…? -S más clavo igual a Sclavo-, encadenado a tu vida, a lo que representas y a tu excelsa Madre estaba mi padre. O más aun, ¿unos cetros apoyados en el rincón de la pared, preparados para representar tu entierro en la resurrección y que a mi me parecía el mayor honor que una cofradía podía dar a un miembro?
No lo sé, a veces pienso que no son sólo hitos de la Semana Santa de mis recuerdos más remotos, los que aldabonan mi conciencia.
Cuando pienso en tres días de profunda meditación, obligada por la disciplina de no hablar o, de hacerlo, pronunciando en voz queda y grave. Días de terror, de angustia por las penas del infierno. Días de sentimientos encontrados pues también eran días en los que la docencia material era sustituida por el profundo adoctrinamiento de la época, y no era cosa menor encontrarse con tres días de asueto, sin matemáticas, sin lengua. Días que también golpearon el yunque de la conciencia forjando mi personalidad.
Y una larga cola que giraba y giraba hasta terminar en tu pie, perfumado y ciertamente descolorido por los cientos y cientos, por los miles de besos, de hálitos, de suspiros, de lágrimas,…de palabras musitadas, quedas, a veces angustiosas y otras agradecidas. Y de rozamientos de la batista de un paño impregnado de fino perfume, y una canasta llena de perrillas, gordas, dos reales, pesetas (en moneda y en papel), de diez reales y… ¡Jesús! ¡qué sorpresa! hasta de duro. ¡Ah! y un beso a la estampa de tu imagen cuyo bendito pie acabábamos de osculear, sin reticencias, sin recelos, sin pensamientos de gripes de pollos o de las otras, uno aplicaba los labios con la candidez del que no sabe, y sabe que no sabe.
En los niños…, en mí, lo recóndito, lo arcano siempre tuvo un tinte, un regusto de esoterismo, de magia, de alquimia. Observar con sorpresa que cuando llegaba el día en que la ceniza marcaba, indeleblemente una cruz en el centro de la frente, los santos en sus hornacinas eran ocultados, suponía para mi humilde pensamiento una revolución. ¿Qué estarían haciendo los santos y todas las imágenes tras las cortinas moradas? ¿Por qué sólo Tú, Cristo, eras mostrado en todo tu esplendor, magnificencia y gravedad? Mis elucubraciones, que ahora recuerdo, nunca fueron sacados fuera, eran contestadas por mí mismo con la sencillez del pensamiento de un niño que se daba cuenta que la imagen incontestable, la imagen importante que se quería mostrar en aquel periodo del año era la del misterio pascual, el paso al Padre y que las demás sólo eran accesorio.
La música y el sonido era proscrito, las radios -entonces no existía la televisión-, sólo emitían música clásica. Motetes y el “Gori, Gori”, que decía mi abuelo, acentuaban la tristeza, circunspección y seriedad del periodo del tiempo litúrgico, pero que producían un desasosiego, más marcado, al oír el silencio de las campanas, en el sonido de las carracas volteadas por los monagos, que llamaban a los fieles a misa.
Efectivamente la Semana Santa era sólo el final de diferentes momentos en los que se me manifestaba, en los que entraba en mi ser… mi propio ser – yo soy yo y mis circunstancias, decía Ortega-
Aun así en esos siete días de epifanía te he buscado, con ahínco, en tantas formas…
La búsqueda en lo más espectacular, eternamente en tus salidas a las calles. Tus apariciones siempre tienen la virtud de poner “la carne de gallina” y por eso la gente que viene a verte estalla en vítores y aplausos…, bueno no siempre pues el Jueves se ordena silencio y entonces el silencio es el clamor cuando una cruz se alza, poco a poco, pero majestuosa como un estandarte al que hay que seguir.
En la aparición de la blancura y candidez que envuelve tu pollino bajo el arco rebajado, con la velocidad justa, con la premura precisa, abajo, muy abajo porque los cielos están en la tierra, hasta que jóvenes brazos, adolescentes, en muchas ocasiones neófitos brazos, te alzan al cielo, sin estridencias, con suave reposo, sin dolorosas rebeldías.
En los imposibles pétreos peldaños trinitarios, en la angostura de su puerta o frente a ella, casi taladrado por el varal atestado de fe. Y el más difícil todavía, bajados ciegamente, con la confianza del niño que salta de la mesa sabiendo que allí está su padre, que allí está la madre que lo cogerá solícita antes que caiga.
En el atardecer, cuando tu cuerpo, desmayado en la proa del barco de la villa, es vigilado por un pedazo de luna llena que se asoma por la cumbre de la Peña, y al otro lado, en la campiña, el sol busca presuroso, cansado y rojo, abochornado, avergonzado por el aciago día, un escondite tras de los olivos centenarios que tejen, altivos, una maraña cómplice y difuminada.
En el bullicio amadoriano que rompe la intimidad de la atadura con el Padre, como el tropel de los desalmados que irrumpen en los olivos para agarrarte como a un perro, cuando eras un cordero manso y resignado tras la conversación tremebunda y angustiada.
Donde comienza todo acaba todo. El mismo templo donde la pesadumbre casi te derrota, es testigo, delirante, algarabiado y alborozado, de tu triunfo definitivo.
Después te he buscado en todas partes: en rincones solitarios donde encontrarme, donde si te hubiera encontrado el encanto no se hubiera roto. En calles solitarias y en plazas rumorosas, incluso estridentes. De lejos, tocándote, detrás, delante, debajo. Me he emocionado en tus cadencias, en tus ritmos, en tus pasos …¡menos!, ¡izquierda atrás, derecha “alante”! ¡despacito!, ¡a ésta es! ¡Pararse ahí!…¡ahí quedó!
Y siempre en tu madre, eternamente en ella, porque ella siempre es el camino más recto –El que a Jesús quiera que busque a María decía Jacinto Verdaguer-: de reina desamparada, enjoyada con oro de Ofir, de viuda triste y solitaria, amargada, dolorosa, con el mayor de los dolores y esperanzada, en un beso de auxilio a …¡todo por la patria! Incluso en su casa, que es la tuya, en Nazareth. Y ella siempre decía ¡ESPERA!, siempre espera, confía, ya llegará, porfía, no desesperes, no te ansíes, todo a su tiempo.
Y que razón tenía, no son momentos de la vida los que marcan al hombre, a lo mejor resulta que es la propia vida que trascurre, la que hoya el alma. Nadie aprende a vivir la vida, uno vive aprendiendo a vivir.“Los deseos de nuestra vida forman una cadena cuyos eslabones son las esperanzas”, como decía Séneca.
Aunque a veces, no sé cómo ni cuándo, llegamos a perderlas, aparece el cansancio existencial. Cada cierto tiempo se pierde energía y ganas de lucha, las cosas pierden sentido y la ilusión se agota. Y entonces lo bueno es saber que estás por encima de mí. De estas crisis siempre se sale fortalecido, es un paso más en la evolución del ser humano, supongo que sirven para recordar que solo somos eso…, un eslabón en la cadena y que somos lo que somos, seres imperfectos, sujetos a las veleidades y a las pasiones.
Otras veces no sé lo que busco y “el que no sabe lo que busca, no entiende lo que encuentra”. A Ti, por mucho que se te busque, no se te encuentra, eres Tú el que se hace el encontradizo, cuando te buscamos en la calle, tu te escondes, cuando queremos verte Tú no estás, y sin embargo sí estás, lo que no sé es donde te has escondido, cual ha sido…, cual es tu camuflaje. La iniciativa siempre es tuya, nosotros no vamos, eres tu el que llega y sin embargo, siempre pienso que, a pesar de todo, es necesario buscarte porque en la misma búsqueda está el encuentro, ya que quien cree acaba viendo.
Cuando uno se da cuenta de eso es cuando percibe tu presencia. No sé en qué momento apareciste ni porque apareciste, sólo sé que me di cuenta de que el amor al mundo cofrade es el amor a Dios, a ese Dios que no está en el huracán, ni en el fuego, ni en los terremotos, sino en la brisa suave, acariciadora y continua.
Se ama a Dios en los demás, no basta con decir Señor, Señor yo te amo y luego no presenciarte en el prójimo, “obras son amores y no buenas razones”, o como lo ponía San Ignacio: “el amor se muestra más en obras que en palabras”. Y mucho antes y con mucha más fuerza lo había dicho San Juan: “Fe sin obras es fe muerta”
Los años de estudio, de formación, no sirven para nada, es la vida la que salva. Lo que prediquemos o lo que proclamemos son palabras vanas mientras no vayan acompañadas por una actitud de vida, que inevitablemente se manifestará en las obras. También en el evangelio de Juan, en las discusiones con los judíos, Tú pones como súplica definitiva las obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”.
-- Decimos en el credo que Dios es Padre creador de todos y vivimos desunidos o nos importan bien poco las necesidades de todos los que nos rodean.
-- ¿De qué nos sirve creer en la vida eterna, si estamos aferrados, desesperadamente, a este mundo, al dinero, a los bienes materiales, al pasarlo bien, a la salud…? Como si todo esto fuese inmutable
-- Para qué confesar que has dado tu vida por mí, si después, como si fuese poco, continuamente te pido…, te exijo que sigas haciendo más cosas para mí…, sin preguntarme jamás en serio qué debo hacer yo por Ti, Cristo crucificado.
--Cuando rezamos el Padrenuestro decimos ‘Venga a nosotros tu Reino’, pero no sabemos lo que pedimos, ya que nada hacemos para construir ese Reino de justicia, de amor y de paz, que es el Reino de Dios.
Decía fray Juanjo, en una homilía franciscana, rememorando la frase de Santa Clara a Francisco. “…nos falta algo”… ¿qué nos falta Francisco?
Y yo me pregunto lo mismo: cuando la catequesis plástica comienza, cuando la representación de la tragedia aparece en nuestras calles, cuando los esforzados, sufridores y valientes portadores y portadoras de tronos manifiestan tus penas, algo nos falta Señor.
Cuando el cortejo de tu pasión aparece en todo su esplendor, con la parafernalia barroca, con las bandas magníficas dirigidas por Pepe, José Carlos o Juan Antonio…, sigue faltando algo.
Cuando una fila infantil, apenas ordenada e indisciplinada baja por la avenida de San Amador y en la Paz sorteas con pericia de Álvaro, o Máximo o Joaquín, las ramas de los árboles, algo nos falta.
Si el asombro produce estupor cuando increíblemente nuestros ojos pueden contemplar la imposibilidad de un giro desde la calle San José hacia el Albollón, porque José Amador y Juan o Jesús y Antonio lo hacen posible, todavía nos falta algo.
Si Diego y Dionisio son los ojos de los pies cansados que murmullan en el Clarín y musitan en las Covatillas con cadencioso rachear. Si la emoción me embarga cuando la voz ronca de Andrés y la de Miguel arenga tus piernas cansadas y las de tu Madre. Sí… efectivamente, falta algo.
Si la tradición de pocos años hace que Franci, Pablo y José Ángel o Rafa y Alejandro realicen un pequeño acto de respeto y homenaje en un rincón hermano de la calle Real y Javi y Miguel Ángel o Paco e Iván realicen otro homenaje emocionado, a los desvelos por la ley y el orden, en una casa emblemática de Martos. O que la cadencia de tus pasos impuesta por la hermandad de José y Antonio sea única, Si el frenesí se apodera de nosotros cuando la premura de David, Martín, Mari Carmen y Jesús aceleran tu transito en la cuesta de los patines. ¿Qué nos falta?
Si la gravedad de tu entierro sólo puede ser producida por Antonio, Manuel Jesús, Encarnita y Ana. Si la desesperación de una madre por su hijo traicionado y vilmente ejecutado es reproducida magníficamente por Jesús y la trasformación de la circunspección, tristeza y desesperanza, en alegría desbordante es causada por dos Migueles. Todavía algo nos falta.
¿Qué nos falta?, ¿Señor, que nos falta?
Quizás nos faltes Tú, Tú dentro de nosotros, Tú mismo que eres el propio Camino, la Verdad y la Vida y con eso basta.
Santa Teresa lo dice
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
''nada te turbe.''
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
''quien a Dios tiene.''
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
''nada le falta.''
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
Hemos estado tanto tiempo en la superficie que no nos hemos dado cuenta que bajo la costra hay una inmensidad oculta,Dios no es como lo hemos estado imaginando, la vida en las cofradías es más grande y misteriosa que la rutina convencional de cada año. Es posible vivir con un horizonte nuevo desde el origen, hay que volver al principio. Nuestra catequesis es plástica efectivamente pero una catequesis implica una enseñanza y por tanto, si fuese posible, un cambio en la mentalidad de quien la recibe, por eso no sólo hay que estar sino que hay que ser.
Nunca hemos pensado que con nuestras advocaciones, estamos mostrando los valores cristianos que hay que cultivar como buenos católicos, que en nuestras cofradías, que en nuestros cofrades esos valores son el fundamento al que hay que aspirar y que los dirigentes de esas hermandades son los garantes de que así suceda.
Cuando te vemos montado en un pollino, rodeado de infantil grey no puedo más que pensar en la FORMACIÓN, en la educación, en la responsabilidad de influir en sus mentes, de impedir que el relativismo moral imperante acabe por instalarse en sus personillas. “Sin principios éticos, el hombre es el peor de los animales” decía Aristóteles. Hoy el hombre se siente confundido, no sabe dónde está lo bueno y dónde lo malo. Ni cuales son los principios en los que basarse para juzgar rectamente. Y se predica con el ejemplo, decía Juan Pablo II en su exhortación “Ecclesia in Europa”. Es cierto, pues que los mayores tenemos la obligación moral de educar intentando vivir las exigencias de la moral cristiana que no es otra que la propia ley natural. Conquistar de nuevo la verdad que está alrededor del mensaje moral predicado por Tí.
LA HUMILDAD Y LA PACIENCIA son dos valores proscritos en nuestra sociedad que hay que recuperar. ¿Sabes…? ¡qué tonto! Claro que lo sabes. Tu siervo Antonio el Abad lo dijo cuando contó su visión y que no puedo por menos que relatar: él había tenido la visión del mundo lleno de cepos que satanás había puesto. Y lleno de espanto te preguntaba. ¿Señor quién podrá escapar de tantas trampas? El humilde le respondiste, los soberbios son los que caen en todas ellas. “Sólo el humilde pasará” te plagiaron en el Film de “Indiana Jones y la última cruzada”. El que se humilla será ensalzado.
La humildad no es sólo rechazar la soberbia, el egoísmo, el orgullo. Humilde viene de humus, tierra, inclinado delante de Ti, reconocer la pobreza, la nimiedad ante tu grandeza y en todo lo que hay de ti en todo lo creado. No se trata de ser tímidos o pusilánimes sino de aceptar las humillaciones, de no necesitar las alabanzas y elogios en la tarea diaria pues todo lo que tenemos lo hemos recibido graciosamente. Como María se reconoció como esclava del Señor y lo cantó en el magníficat “…se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador porque ha mirado la humillación de su esclava”
Abrazar significa “ceñir con los brazos, estrechar entre los brazos en señal de cariño”, pero también significa “tomar uno a su cargo alguna cosa: admitir, aceptar, seguir”. Abrazar la cruz significa realizar un ejercicio que parte de la RENUNCIA y eso si que es difícil, ¿a qué podríamos renunciar? Renunciar a algo de lo mío para ayudar a alguien, renunciar al odio, por el ponerse en la piel del otro, por ¿“qué le habrá ocurrido para hacer lo que ha hecho”?.
Cuando te veo el lunes santo y el viernes abrazado al madero sin abrir la boca, como un cordero llevado al matadero, miro la renunciación completa, la GENEROSIDAD, dar sin esperar nada a cambio. La generosidad de nuestras cofradías se muestra en los actos de desprendimiento, cuando hermanos preparan, trabajan y se quitan de su tiempo libre, del de sus propias familias, del de su descanso, el tiempo para buscar financiaciones de proyectos difíciles y no siempre bien recibidos por la comunidad.
El valor de la lucha por la LIBERTAD se hace más patente cuando Tú te encuentras maniatado y cautivo. Las cofradías que deben difundir la verdad, defienden la libertad, pues la Verdad nos hace libres. Es preciso conocer bien la Verdad, para poder difundirla. La libertad se ejerce liberando, igual que se aprende a jugar jugando. Hemos de liberarnos de cuantas ataduras nos impiden ser personas integras: los convencionalismos, las drogas, el dinero, la posición, las pasiones. Pero también nuestras hermandades deben luchar por la libertad de los demás, practicar la tolerancia y buscar la tolerancia de los demás, la tolerancia es una palabra de ida y vuelta, nosotros debemos respetar la libertad de los demás y los demás deben respetar nuestra libertad de proclamar y difundir tu palabra, sin procesiones ateas de falsos progresistas, que sin reivindicar nada, sólo pretenden herir la sensibilidad.
Cuando se ora se reconoce nuestras imperfecciones, se es consciente de que Tú eres el Ser Supremo; no se pide a alguien que no te pueda conceder lo pedido, Tú eres la luz, el sol que ayuda a admirar la majestuosidad de la creación hecha desde la eternidad por el Padre y que se hace hombre para iluminar al mundo. La ORACIÓN será una admiración por la belleza y bondad de Dios. Orad para no caer en la tentación dijiste entre los olivos a tus discípulos y en la parábola del juez perverso indicaste el valor de la perseverancia en la oración.
Las cofradías tienen que conseguir entre sus hermanos la comunión contigo y con el Padre. Mediante la oración nos dejamos moldear como el barro en manos del alfarero, Señor auméntanos la fe, aunque sea como el granito de mostaza. Cuando en el silencio de nuestro peregrinar somos capaces de pasar en oración, estaremos pidiendo que aumentemos nuestra fe y la de los demás.
“El Amor no es amado” gritaba San Francisco y ciertamente Tú eres el AMOR por excelencia pues nadie tiene más amor que el que da la vida por los hermanos. No hay mejor virtud, mayor valor en el ser humano que el tener amor. Se formaron las cofradías, no sólo para manifestar su repulsa contra los reformistas y protestantes, sino para ayudarse a si mismos y ayudar a los demás. Hemos de buscarnuestros orígenes, seguros que en nuestras hermandades hay hermanos que sufren, que pasan momentos de gran dificultad y escasez, debemos buscarlos y compartir con ellos, porque compartir es morir al egoísmo. La caridad es y debe ser una de las razones primordiales de la existencia del grupo. Se te presencia sólo cuando se ama al hermano. No basta amar a Dios sin amar al hermano y cuando se le ama jamás se le desea ningún mal sino que, todo lo contrario, se le busca el bien.
La cofradía y los hermanos en ella no sólo “deben dar sino que deben darse” trabajando juntos a favor de la justicia y buscando, por amor al hermano, con el corazón limpio, la PAZ con mayúsculas, cediendo en nuestros derechos, disculpando sin límites, si fuese necesario, para poner fin a la agresividad. “Que donde haya odio, ponga yo paz” decía el hermano Francisco. Y el Poverello lo sabía bien porque al final de la vida de lo único que nos juzgarán será del amor.
Buscar el don del CONSUELO es uno de los mejores valores que se pueden tener, el dolor se ha multiplicado, intentamos quitarlo con pastillas, con calmantes, con terapias. Cuando no son las enfermedades del cuerpo, son las preocupaciones del alma. “La humanidad, requiere como algo urgente el abrazo solidario, la mano que acaricia, el rostro que se inclina hacia nuestro dolor, el corazón que compadece y suaviza el sufrimiento” (Marco Murueta).Todas las escuelas filosóficas han intentado eliminar el dolor de la vida y el dolor más terrible es sufrir sin Dios. Siempre nos preguntamos el porqué del dolor y, si la Fe no responde a esta dolorosa pregunta, si la Fe no ilumina, no hay respuesta que satisfaga. Sólo la Fe da solución y en la Fe buscamos el Consuelo. Ambicionad los carismas mejores decía San Pablo, saber consolar a la luz de la fe es uno de ellos, estar al lado del sufriente y Tú en medio, compartiendo su dolor, es suficiente.
¿Y la AMISTAD? Como la de Juan, tu discípulo amado
Una puerta que se abre
Una mano extendida
Una sonrisa que te alienta
Una mirada que te comprende
Una mirada que te anima
Una crítica que te mejora
Es… un abrazo
Un aplauso que te estimula
Un encuentro que te regocija
Un favor sin recompensa
Un dar sin exigir
Un entregarse sin calcular
Un esperar sin cansancio
Amistad es lo que nos une
…a Tí y a mí. (Anónimo)
¿No es un valor que está en nuestras hermandades y prohermandades? ¿En dónde se cultiva más la amistad que en nuestras cofradías? Para saber cual es el valor de un amigo, basta con perderlo y entonces es cuando se le echa de menos, se echan de menos sus sabios consejos e incluso sus chanzas como las de mi amigo Paco o mi amigo Manolo.
Algunos de mis mejores amigos han estado y están en las cofradías, nuestros amigos tienen los mismos intereses. No nos importan sus posiciones ni el cómo son, son nuestros camaradas, los que caminamos juntos, los que creemos juntos, los que lloramos juntos y los que sufrimos juntos …por tantas cosas. Tú nos has juntado y nosotros tenemos la obligación de mantener la camaradería durante toda nuestra vida. “A Dios rogando pero con el mazo dando”
Cuando vemos tu cuerpo desmayado y yacente observamos la FORTALEZA de Tu muerte, ella es la que nos sirve de ejemplo, la sangre que derramaste es un ejemplo de firmeza, de valentía, de testimonio supremo y nos trae a la mente los actuales testimonios de creyentes obligados a estar en la clandestinidad, pastores obligados a no ejercer su ministerio, jóvenes a los que se les impide su formación religiosa.
El cristiano de hoy tiene necesidad de fortaleza para manifestar su fe frente a criterios materialistas, fortaleza para evitar perder el camino que nos proponen continuamente desde fuera, pero también desde el propio seno de nuestra Iglesia. Fortaleza para no olvidar dar testimonio en nuestras cofradías y en los acontecimientos diarios, corrientes y sencillos.
La Soledad en la que queda tu Madre me habla de la FIDELIDAD hasta el final. La fidelidad es un valor muy devaluado hoy y sin embargo ese valor es fundamental, jamás ha habido más infidelidades que ahora, y no me refiero sólo a las parejas. Las cofradías tendrían que revisar a fondo su fidelidad a Ti, cuál es la calidad de adhesión a tu mensaje… -siempre volver a los orígenes- La fidelidad es cada día más difícil de conseguir si se siguen modas, y el seguirte, implica ser excluido, ridiculizado e incluso parodiado. Nos hacemos el propósito de llevar nuestra fe con más intensidad y cuando nos damos cuenta de que no es fácil, nos alejamos. Nos decimos que la oración, que el hablar Contigo nos reconforta y que lo haremos asiduamente y al poco tiempo caemos en la rutina, incluso nos da pereza ir a misa todos los domingos y nos decimos a nosotros mismos para justificarnos que no tenemos tiempo, que no nos dice nada… ¡qué no nos dice nada! … Celebrar la eucaristía no nos dice nada. Buscar la conversión individual a través de la asamblea… no nos dice nada… celebrar tu muerte y resurrección… no nos dice nada. Conmemorar, es decir, recordar todos juntos tu encarnación en el mundo… no nos dice nada… ¿Hay mayor infidelidad?
Se arregla un vicio realizando, precisamente, lo contrario, la infidelidad se arregla siendo fieles y así es como nos llamamos cuando vamos, cuando vivimos la santa misa.
La fidelidad a Dios es la fidelidad al hermano. Las pequeñas infidelidades llevan, poco a poco, a la gran infidelidad y esa es el creernos como Dios, el vivir en estado permanente de egoísmo. Para ser fieles es necesario que el fuego del amor por Dios siempre permanezca vivo. Las hermandades tienen la misión de mantener esa llama, el ser humano es gregario necesita de la ayuda, del impulso, de la palabra de animo del amigo fiel, de sentirse arropado en su trayectoria para impedir el alejamiento de Ti, porque alejarse de Ti es alejarse del hermano y alejarse del hermano es, precisamente eso, deshumanizarse.
Cuando te veo resplandeciente, triunfante, poderoso y tus hermanos celebran alborozados tu resurrección, tengo que pensar en la ALEGRÍA. La alegría que caracterizaba a los primeros cristianos porque habían sido liberados de la esclavitud del pecado… ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!” decía Juan Pablo II.
Los cristianos en esos momentos testimoniamos la fe y la esperanza en Dios y ese testimonio no puede ser triste. Los cofrades podremos ser atacados en muchas formas: por la veneración excesiva a tu Santísima Madre, por llevarte, por pasearte, por mostrarte en público, pero nunca podrán hacerlo, nunca podrán llamarnos incongruentes si una sonrisa amable recibe a alguien que te pide ayuda, si llevas alegría a un enfermo.
La alegría es interior, la verdadera alegría, la perfecta alegría franciscana está en la propia vida cuando está siendo vivida en plenitud. Nadie es más alegre que un enamorado y nosotros lo estamos si manifestamos en los demás el Amor de Dios.
Alegría (dice Inma Cuesta)
Cada mañana te grita
Alegría
Perfúmate de arco iris
Alegría
Vuela como la alondra,
que llueve y no se moja jamás…
Reinventa tu corazón
Alegría,
Como si fueras de nuevo a nacer
Alegría
Por la belleza y la sombra
Alegría
Por la intuición luminosa
Alegría
Que hace brotar la tierra
cuando ya se ha escondido el sol…
Mírate en este modelo de alegría.
Es la alegría que viene de Dios.
Alegría cuando camines a oscuras.
Alegría si te marginan y odian
Alegría si llamas y no te abren
pero tú nunca pierdes la paz…
Descubrirás la perfecta alegría,
Es, de la vida, el misterio interior
Alegría
No tengas miedo y siente alegría
y el pulso extremo del aire,
Alegría.
Levanta tu mirada
Verás el horizonte sin fin…
Cierras los ojos y sientes alegría.
¡Esa es la paz que proviene de Dios!
Permitidme que por último os hable de otro valor, el valor del SILENCIO que produce la introspección obligatoria, el diálogo ensimismado que hace que, por fin, veamos nuestra viga en el ojo. Cuando nos embutimos en nuestro hábito nazareno y nos encarcelamos en el antifaz, hacemos voto de silencio -explicitado en alguna cofradía- y entonces comprendemos a los seguidores de San Bruno que buscaban la santidad a través del silencio y de la oración perpetua. Nosotros, durante unas pocas horas, podemos hacer lo mismo, buscando la penitencia en favor de la humanidad necesitada de bienes materiales, morales y espirituales. Ora et laboradice la máxima benedictina y nosotros la podemos transformar en “Reza y camina”
Mas mi silencio no puede ser baldío, debe ser un silencio activo, tiene que servir para algo, a veces la palabra sobra, Tú callaste en algunas ocasiones y tu silencio sin embargo fue clamoroso.
CALLAR cuando acusan, es heroísmo. CALLAR cuando insultan, es amor. CALLAR las propias penas, es sacrificio. CALLAR de si mismo, es humildad. CALLAR miserias humanas, es caridad. CALLAR a tiempo, es prudencia. CALLAR en el dolor, es penitencia. CALLAR palabras inútiles, es virtud. CALLAR cuando hieren, es santidad.
CALLAR para defender, es nobleza. CALLAR defectos ajenos, es benevolencia.
Fuente: http://www.leonismoargentino.com.ar/RefArteDeHablar.htm
Pero CALLAR cuando es preciso hablar es una cobardía”.NO TENGAIS MIEDO, decía el anterior pontífice. Permanecer en silencio puede hacernos colaboradores de la mentira, ser cómplices de grandes o pequeñas cobardías. “Silencio que nace del miedo a las consecuencias, del temor a comprometerse, del amor a la comodidad, y que cierra los ojos a lo que molesta para no tener que hacerle frente. Silencio ante problemas que se dejan a un lado, situaciones que debieron ser resueltas ensu momento porque hay muchas cosas que el paso del tiempo no arregla”. (Dr. Francisco Fernández Carvajal)
Y sobre todo CALLAR para no difundir tu mensaje, CALLAR cuando de él hacen mofa y escarnio no sólo es cobardía sino traición.
¿Seremos traidores a tu mensaje, traidores a nuestra tradición, al gran tesoro que se posee?
¿Seremos capaces de traicionarte sólo por la desidia, por el miedo al qué dicen? ¿Volveremos a negarte como Pedro, sólo por el hecho de que las corrientes imperantes en nuestra sociedad así lo deciden?
¿No seremos capaces de luchar contra la injusticia practicada por aquellos que sólo buscan las negatividades de tu Iglesia, olvidando cuanto de bueno tiene, cuanto de santo?
¿Volveremos la cara cuando el paso de tu lacerado cuerpo, triturado y vencido por el peso del madero nos indique que seguirte no es fácil, que el orgullo está precisamente en eso, en vencer dificultades?
No y mil veces no. Hay que gritar alto porque lo que hacemos es bueno, muy bueno y lo hacemos para mayor gloria tuya. Difundir tu mensaje aunque sólo sea de una manera sencilla, de la forma en la que la gente sencilla sólo puede hacerlo, no puede ser malo. ¿Dónde está la maldad cuando unidos te sacamos fuera del templo? Tu templo es el mundo y tu palabra no puede estar guardada entre muros que en ellos rebote.
Por eso, a la calle, Jesús, a la calle, en silencio o gritando. A la calle de blanco, a la calle de negro, de rojo, de azul, de verde o morado. A la calle con túnica, sin ella, de mantilla. A la calle cargando, portando o llevando. A la calle en la fila o en la acera. A la calle asombrados. A la calle en oración callada de súplica. A la calle con antifaz, a verdugo, o con faraón, con vela o con vara. A la calle con instrumentos que resuenan a gloria. A la calle porque merece la pena vivir esos días de pasión, de ansiedad contenida, de pena infinita, de… alegría desbordada.
Marteño ¡A LA CALLE! ¡A LA CALLE!
HE DICHO