Pregón de la Semana Santa de Martos
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Introducción
Hoy es 14 de Nisan y tengo miedo. Él también. Aún casi sin conocerlo, sé que siente como si el temor le permitiera tan sólo el más leve y parco movimiento de su cuerpo. Creo que de nada ha servido el riesgo que me ha supuesto atravesar toda la ciudad baja desde la casa de mi tío hasta llegar aquí. Casi me muero del susto cuando un grupo de la Guardia del Templo pasaba justo al lado de la Puerta Dorada, comenzando yo apenas a cruzarla. La noche me cobijaba y mi fiel Ruth me ha cogido fuertemente del brazo tirándome hacia la esquina. Si mi familia supiera que estoy aquí, ellos mismos me mandarían lapidar.
Y todo por nada. Él sabe lo que va a pasar, estoy segura, sin embargo no huye, sólo aguanta el miedo. Nada más entrar en el Huerto lo divisé a lo lejos, conversando con algunos de sus amigos. Aún recostado su silueta resulta impresionante. Diréis que estoy loca, pero al poner mis pies en Gethsemaní un destello de luz me cegó cuando acerté a posar mi mirada sobre Él.
En Betania, cuando lo conocí, me sucedió algo parecido. Me encontraba allí con motivo de las bodas de mi hermana que mi tío Caifás había concertado con el que a su vez era hermano de mi marido. Me gustaba que mi hermana y yo estuviéramos emparentadas con la misma familia. Era ésta una noble y buena familia de Israel, temerosa de Dios. Además todos los días daba gracias a Yhavé por permitir que a mi esposo no le enojara en exceso mi amor por el conocimiento en el que mi padre mi inició y me ayudó a cultivar hasta su muerte, dado que Dios no quiso concederle ningún hijo varón. Mi tío, a cuyo cuidado quedamos mi hermana y yo tras la desaparición de mi padre, no pensaba de igual forma.
En estos felices pensamientos me hallaba yo, cuando hasta la boda llegó un grupo de personas azoradas con gran alboroto por lo que al parecer acababa de suceder: nuestro vecino Lázaro que hace unos días había muerto tras grave padecimiento de terrible enfermedad, había sido al parecer resucitado por un galileo de Nazareth, quien, según comentaban, ya había realizado en nombre de Dios muchos otros milagros y curaciones de enfermos.
Mi tío y en general toda la familia se pusieron nerviosos. No se por qué, pero eso me gustó. Desde entonces mi hermana y otras mujeres de la casa no hacían más que hablar del Galileo. Todo el día cuchicheaban sobre Él a escondidas de los hombres, incluso de los sirvientes. Yo las escuchaba casi sin participar de las conversaciones, pero por dentro moría por conocerlo. Sin pensarlo, como ahora he hecho, salí de soslayo hacia la casa de Lázaro donde sabía se hospedaba, y al llegar encuentro que Aquél cuya fama ha traspasado las fronteras de Judea, Aquél que decían con poder de sanación extraordinario, no parece un asceta, ni un profeta sentenciador. Es un hombre que come y ríe con sus amigos a la vez que habla de Dios con arrolladora autoridad, denotando una espiritualidad fuera de lo corriente y que se emociona cuando la gente se le acerca buscando alivio a sus pesares. Un hombre, sólo un hombre. Pero desde que le vi, le oí hablar y su luz me envolvió, he quedado prendada de Él sin remedio alguno.
No pude resistirme, osadamente me acerqué y cuando me miró la paz de las flores que emergen de la tierra en primavera inundó mi alma. ¿Qué piensas sobre el acceso de una pobre mujer al conocimiento, a la palabra, a la Torá? Mas en seguida bajé la cabeza ruborizada al pensar que quizás Él creyera lo estaba probando como sé que antes han hecho otros. Pero no, me levantó la cabeza con ternura infinita diciéndome: "Todo conocimiento proviene del Padre y yo vengo a traerlo. A ti también, Sarah".
Después de aquel encuentro he ido a escucharlo varias veces hasta que se marchó a Jerusalén. Me contaron que entró en la ciudad aclamado por una multitud apasionadamente enardecida, que no dudaba en echar al camino sus mantos, alfombrando el paso de aquel humilde pollino. ¡Cuánta grandeza con tan escasísimos medios!
Pero toda mi familia, con mi tío a la cabeza y la mayoría de los miembros del Sanedrín, en modo alguno tenían semejante entusiasta opinión sobre el revuelo que el Maestro había levantado. La escena acaecida en el Templo cuando, látigo en mano, expulsó a los mercaderes dejó a todos sumidos en la más absoluta de las crispaciones, aunque yo a solas imaginándome aquella escena, no sé porqué, me daba risa. Dios me perdone.
Ninguno de ellos entiende sus palabras y ello conduce a la contradicción que irremediablemente lleva al odio. ¿Cómo un vulgar hombre de Nazareth de Galilea, tierra de mestizos, alborotadores y pendencieros, de ortodoxia sospechosa que nunca estuvo en ninguna escuela rabínica superior podía ser jefe de un grupo religioso, que permitiera que sus discípulos lo llamaran Maestro y que nunca corrigiera a quienes lo proclamaban "El Cristo", a la vez que sin poder alguno enseñaba con absoluta libertad a la multitud?
Sin ninguna duda Jesús era un personaje sumamente peligroso. Si su doctrina prosperara echaría por tierra cuatro de los cinco pilares sobre los cuales se basa nuestra sociedad religiosa: La Ley de Moisés, el Sábado, el Templo y el propio Sanedrín. Lo único que dejaba en paz, de momento, era la Sinagoga.
No obstante algunos de los Ancianos del Sanedrín intentaban contrarrestar la furia de los exacerbados, "próxima la Pascua siempre hay pequeñas revueltas, escaramuzas de los exaltados que terminan siendo sofocadas. Los romanos lo saben y están sobre aviso. Ese Nazareno no es más que otro caudillo perecedero. No merece la más mínima de nuestras preocupaciones".
Pero cuando oigo hablar a Jesús siento que esto no va a ser así. Su poder de atracción hacia la multitud es admirable. Jamás ningún Doctor de la Ley habló nunca así, con esa Autoridad inusitada: "Habéis oído… (ESTO).., pues yo os digo (AQUELLO OTRO)...". Así, norma por norma, creencia por creencia, está desmantelándolo todo, sin embargo Él dice que no viene a cambiar la Ley, sino a darle cumplimiento.
Hoy he podido saber que ha comido la Pascua con sus allegados en una casa, paradójicamente, próxima a la de mi tío y que tras la misma se retiraría a Gethsemaní, por eso no he dudado en realizar esta locura saliendo en plena noche, amparada tan solo en el deseo de hacer que se salve, porque va a ser esta noche, esta noche… "Es preferible que muera un solo hombre a que perezca todo un pueblo", han dicho. Pero…, ¡míralo, si es sólo un hombre!, un hombre agitado, un pobre hombre que en su agonía parece llevar sobre sí toda la amargura del mundo. No sé si acercarme más…, mi cabeza y mi corazón se contradicen... Y de pronto me hallo allí, frente a Él, petrificada, no sé si de la emoción o de miedo, miedo…, apenas puedo dar un paso, pero aquí estoy ya frente a Él: "Rabí, has de saber que corres grave peligro. Huye, márchate de nuevo a Betania, o baja hacia el Valle Cedrón hasta el poblado de Siloé, pero no has de quedarte aquí por más tiempo, van a venir en tu busca. Soy de la familia de Caifax y poseo información que tu desconoces".
El Maestro intenta corregir los abigarrados músculos de su cara, tensos por la preocupación y me sonríe. "No te preocupes por mí, mejor debieras pensar que vas a hacer tú cuando todo esto termine. Entonces será tu momento y deberás posicionarte".
"¿Yo, Señor?, pero…, ¿qué puedo hacer yo?". "Pasar, cambiar, renovarte... como ahora lo voy a hacer yo. Es la Pascua, el paso del Señor".
Dicho esto se aparta de mí y se aleja en la negra espesura de la agreste vegetación. ¿Qué habrá querido decir?, no entiendo... No me da tiempo a seguir pensando, oigo un fuerte estruendo de gentes armadas. Es la policía del Templo acompañada de gente iracunda provista de palos. No esperaba que fuera así.
Otra vez escondida, veo como se lo llevan, atado y a empujones, como a un animal indefenso. Sin embargo, pareciera dolerle más aquel extraño beso que la forma airada de proceder de la turba arrogante. Tengo que esperar lo suficiente para que se alejen y no sea reconocida, pues he de volver tras los mismos pasos que ellos llevan hacia la casa de mi tío. No entiendo porque no lo llevan al "Betdin" o "Lugar de las Piedras", sitio específico donde se celebren los juicios. La verdad es que no entiendo nada.
Una vez han entrado en la casa, yo accedo por detrás evitando el paso por el atrio que separa las estancias de Caifax de las de Anás, el que fuera antes Sumo Sacerdote y que aún conserva, sin duda, extraordinario prestigio y poder. Pedro, junto a otros de los que siempre he visto con el Maestro están en el patio, y yo trato de avisar a la servidumbre que de mi casa me es absolutamente fiel. Pongo ojos y oídos en cuantos rincones puedo, y mientras en mis aposentos no acierto a tranquilizarme a pesar de mi confianza en que una interpretación exhaustiva de la Torá y la Misná habrán de proporcionarle un juicio justo del que necesariamente ha de quedar absuelto. Pero mi desasosiego no decrece a medida que conozco las irregularidades que me cuentan mis espías.
Anás sólo le ha hecho, al parecer, unas cuantas preguntas para saciar su curiosidad, después de todo él ya no es el Sumo Sacerdote, y aunque aún goce de un manipulador poder subliminar, carece ya de poder decisorio. Le hacen cruzar el atrio por donde están los sirvientes y algunos de los suyos, mientras yo estoy apostada en una discreta columna que, junto al pesado cortinón de acceso al interior, me cobijan cómplicemente. La comitiva llega ahora hasta las dependencias de mi tío, a prisa y de nuevo a empujones. El pómulo de su mejilla izquierda se muestra enrojecido e hinchado. ¿Se habrán atrevido a golpearlo?
Mi corazón se agita cada vez más. Pero… ¿dónde está todo el Sanedrín? ¿Cómo han podido convocar a sus 71 miembros a estas horas? Muchos de ellos viven a demasiada distancia de Jerusalén. No es un Sanedrín completo, es una Asamblea de 32 miembros para casos menores que sólo puede imponer penas de escasa consideración. No se atreverán a más. Silencio sepulcral. Vuelvo a mis habitaciones, mi sirviente está dentro, en donde se está celebrando propiamente el juicio. En mi lecho no paro de rezar al Dios de mis padres. Yhavé, escúchame, ¿dónde estás? ¡Míralo, es sólo un hombre!, ¿a qué este empeño en sacrificarlo? O... ¿es algo más?...
Pasa una hora, dos... Pierdo la cuenta del tiempo y al pronto se oyen ruidos de gente que grita... ¡El Sumo Sacerdote ha rasgado sus vestidura! ¡Ha blasfemado! ¡Es reo de muerte! Pero... ¿qué ha pasado?... ¿Qué gritan? Ruth, ¿qué ocurre? -Los testigos falsos preparados al efecto se contradecían y el Sumo Sacerdote ha provocado su propia declaración al preguntarle si Él era el Hijo de Dios-. ¿Y qué ha dicho? -HA DICHO QUE SÍ.
¿Ese hombre es el Hijo de Dios?... Pero ¡si es sólo un hombre!, -mi fiel Ruth entorna sus ancianos ojos-, pues a ese hombre se lo llevan ante Pilatos para que ejecute la sentencia. No puedo sino caer de bruces sumida en esta desesperación trepidante que me invade. Nuestra Ley condena a los blasfemos a morir lapidados, pero si Pilatos ejecuta la sentencia lo crucificará. ¿Qué es esta locura? ¿Esta sin razón? ¿Qué va a ser de ese Hombre?
En esta mañana torpe y equivocada el pópulo abarrota el atrio de Templo, las inmediaciones de sus pórticos. Mis ojos enrojecidos por la falta de sueño y por mis constantes lágrimas apenas pueden divisar lo que ocurre en el Pretorio, me ciega el sol… y la amargura. Capa púrpura para su cuerpo púrpura de heridas y laceraciones. Pilatos lo ha mandado flagelar para conformar a mi gente y así poder soltarlo. El muy cobarde sabe de su inocencia pero carece de valor para enfrentarse a la muchedumbre que grita su crucifixión. De nada sirve el cange planteado. Barrabás vale más que el Nazareno.
Nada puede hacerse ya. La necedad ha imperado frente a la razón y todo se cierne en torno al círculo vicioso de la ignorancia. Y nadie entiende nada. Sólo gritan. Y yo no entiendo nada, sólo puedo llorar. Ábranse las simas de la tierra y que el cielo caiga con todos sus astros sobre nosotros. Que todo quede sepultado, porque a partir de ahora no habrá mas que desesperación. Ya nada será posible. Ya nada tiene remedio. Pero ¿por qué tiene que morir? Míralo, si apenas puede caminar con ese terrible instrumento de tortura a sus espaldas. Pero ¡si ni siquiera va a poder llegar al lugar de su suplicio! Pero ¡si tan solo es un hombre!, ¡un hombre!, ¡UN HOMBRE QUÉ VA A MORIR PARA NADA!
Reverendos Sacerdotes,
Miembros de las Juntas de Gobier- no de las Cofradías de Martos,
Autoridades Civiles,
Cofrades,
Amigos.
Buenas Noches.
No llega mi estado a experimentar el miedo nervioso que sentía Sarah cuando narraba los hechos geniales y prodigiosos que estaba viviendo en primera persona, pero sí algo parecido, menos dramático, por supuesto, aunque igualmente emocionante me circunda esta noche, dada la tarea que se me ha encomendado.
Pareciera que una vertiginosa espiral de sensaciones agitadas me recorriera de arriba abajo, deseosas de abrirse paso hacia el exterior a través de la palabra, que es el Don Bendito mediante el cual la comunicación derriba muros de ignorancia y construye eternidades perpetuas.
Quien me conoce bien lo ha de saber y sin duda puede imaginarse cual es el tenor de estos sentimientos míos en el momento presente, cuando la humana necesidad de ser escuchada adquiere carácter de oración privada a Dios, aunque pronunciada en presencia de los hombres. Y, bien me conoce mi amigo Miguel Ángel, quien me ha presentado ante vosotros haciendo gala de esa jovialidad suya y generosa que lo convierten en un hombre especialísimo del cual me siento orgullosa de gozar del beneficio de su amistad. Agradezco la calidez depositada en el conjunto de características que, según su subjetivo criterio, me definen y que me hacen reflexionar sobre la necesidad desafiante de parecerme a esa persona que él ha descrito.
Gracias, querido amigo, por tenerme en esa estima. Desde que te conociera y con el devenir de los años, me has abierto las puertas de tu casa, de tu familia y de tu corazón. Gracias.
Aquí estoy pues, feliz, con el espíritu enardecido como los discípulos de Emaús, para anunciar, para dar a conocer, para haceros revivir los acontecimientos trascendentales que estamos a punto de conmemorar, de celebrar.
A todos vengo a hablaros. También a los que no creen, o dicen no creer, si acaso hasta alguno llegara mis palabras inflamadas por la llama del entusiasmo. ¿Cuál sería la frase, el nombre preciso que habría de pronunciarse, capaz de marcar a un hombre? ¿Dónde se templa el metal de aquel llamador perfecto y armonioso que llamara al costalero perdido y exhausto al cambio mas profundo, radical y definitivo? Acertada reflexión interior en torno al alma humana sería necesaria para dar respuesta a estas preguntas desesperadas, pero mientras tanto, a esos llamados "alejados", que desde su posición escéptica presenciáis fríamente año tras año el transcurso de ésta, la Fiesta de las Fiestas, también os hablo e invoco vuestra atención sin pretensiones utópicas, aunque... Todo es posible, y es que esta noche vengo a hablar de posibilidad.
Y, por supuesto, a todos vosotros hermanos en Cristo, seguidores de aquel Hombre inigualable y distinto que atraía a las masas con su magnífico e inexplicable don de gentes, que obraba prodigiosos milagros ante el estupor de todos. ¿Cómo habría de ser ese Hombre, que murió como un proscrito despreciado y que sin embargo cambió el curso de la humanidad? Ninguna otra ejecución tuvo la trascendencia como la que Jesús de Nazareth sufrió en aquella Jerusalén ocupada por el imperio romano. ¿Por qué? Porque aquel hombre era Dios, Dios hecho hombre que traspasó la frontera de la muerte, dándole sentido a tanto dolor incomprensible, despiadado… Cristo pasó de la muerte a la vida y posibilitó que todos pudiéramos pasar del pecado a la luz, por eso es por lo que vengo a hablar de posibilidad.
Pregonar es hacer notoria en voz alta una cosa para que llegue a conocimiento de todos. Pues bien, me dispongo a hacer notorio en voz alta un esperanzador mensaje, toda vez que hacer patente cuan grande es la equivocación de la Sarah del relato que habéis escuchado y de todos los que piensan como ella, AQUEL HOMBRE NO MURIÓ PARA NADA.
Llegue hasta la bóveda celeste quebrantada |
Signos. Signos amplios, luminosos. Gloriosos suenan a descubrimiento elocuente. Signos ocultos e indescifrables otros para la nación errante que camina como niño pequeño hacia lo desconocido. Así han sido los signos que Yhavé ha ido mostrando en favor de su pueblo. Pero de entre todos sobresale la Pascua, peregrinación de la Antigua Alianza con vocación de cambio, porque es Israel el pueblo elegido en virtud del antiguo pacto que lo sitúa en primicia del reconocimiento de Dios como verdad absoluta.
Mira el ángel de la muerte sobre el dintel de Egipto. Mira cómo pasa presuroso sobre la jamba enrojecida de los hijos de Israel. Ángel oblicuo de mirada escarlata, a tu paso cae la escarcha del miedo como manto de noche terrible. El mar se turba y se abre en dos porque nada se resiste. Pasa Dios sobre todo este desconcierto ordenado, y el pueblo pasa de la esclavitud a la libertad. Es el paso, el cambio, la Pascua.
Y ahora llega Cristo, Dios hecho hombre, para dar cumplimiento y sellar la Alianza novedosa, que también se transforma, de la tiniebla a la luz, de la angustia a la determinación, de la agonía al despertar, de lo nuevo a lo viejo, de la frustración a la posibilidad, de lo caduco al resurgimiento, de la muerte a la vida, de la esclavitud a la redención. Ahora todo es posible, alegraos y sentid el júbilo de la vida en vuestros sentidos adormecidos. Se quebró la barrera infranqueable de la muerte y se nos muestran los frutos deliciosos de la salvación. Misterio del anuncio del Reino, llamamiento universal especialmente dirigido a los "pequeños", a los "pobres", los preferidos de Dios.
¿Habrá mensaje más esperanzador? ¿No se estremece la vida misma en vuestras entrañas? ¿Acaso no sientes este entusiasmo que trae a tus oídos música de infinitos colores de acordes perfumados? Llena de alegría digo que es el cambio, el paso, la Pascua.
Llega el tiempo del memorial inminente que perpetúa el sacrificio de la cruz, memorial de la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, memorial del Banquete Pascual cuyo misterio la liturgia celebra cada noveno plenilunio. Misterio de Cristo que celebramos con palabras, con gestos, con el corazón.
Pero el sur, tantas veces reclamado en intento de manipulación torcida y sinuosa, vive, celebra y siente la grandeza de esta Sagrada Conmemoración, preso de su historia y de su instinto, sacando a la luz diáfana o tenebrosa de sus calles la extraña belleza de lo oscuro, de lo nebuloso. Belleza en el dolor, belleza en la tragedia, belleza en el desgarramiento.
Nadie me arrebate el olor de estas formas sublimes de las que se adorna el sentimiento de mi pueblo, pues el sentimiento es contenido, profundidad, elevación... Así, los muros del templo caen porque se hacen pequeños y es el hombre, auténtico templo de Dios, quien toma la palabra y se manifiesta porque es hora del paso, del cambio, del camino hacia la Pascua.
Las gentes de mi pueblo tienen inquietud por la búsqueda del sentido de la verdad de las cosas y tomando conciencia del desajuste entre el hombre y la realidad en la que se encuentra inmerso, celebran el sufrimiento como medio de renovación. Todo forma parte de un discurrir continuo, desde la piedra mas escondida de una recóndita esquina olvidada, hasta la mirada atónita de un infante en brazos de su padre. Cada gesto, cada recuerdo, cada anhelo, cada desesperación, cada sentimiento, serán huella de la presencia de Dios en medio de ese todo híbrido y polivalente que se sirve de los símbolos para manifestarse así, con contundencia y rotundidad.
Y, cierto es, que los símbolos nunca podrán expresar adecuadamente toda la realidad y la trascendencia de Dios, pero este recurso que, no es otro sino la belleza, es la expresión mas auténtica de la creatividad artística que aporta formas nuevas al arte absoluto del Creador.
Cada pueblo del sur, en ejercicio de este sentimental razonamiento, convierte por la presencia de estos símbolos y por la acción de la Fe, en un nuevo Jerusalén que muestra al mundo el terrible drama de Jesús de Nazareth. Y el mío no iba a ser menos. Más, es mucho más, porque es el mío y lo es porque Dios así lo ha querido: el aroma es rojo, el color es sonoro, el sabor es de noche oscura del alma y el sonido, tardío. Lo agrio y lo dulce se mezclan concediendo al ambiente la sugerente idea de posibilidad, porque es el cambio, el paso, la Pascua.
Mira la Torre del Homenaje emerger de entre la espesura del aire confuso, es la Torre Antonia del Templo de Salomón, el Pretorio en el que el Gobernador romano centralizaba el poder del Imperio durante su estancia en Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Este contingente pétreo, aunque no por ello inerte, asoma su grandeza a la Plaza que es el Atrio de los Gentiles a donde el Nazareno fue mostrado abandonado y escarnecido al griterío burdo e inconsciente del pueblo. Lo flanquean dos pórticos, el llamado "Regio" y denominado de "Salomón" que son Santa Marta y el Cabildo, ambos de hermosura eterna y firmeza absoluta, que aunque parecieran silenciados por razón de su materia, al fragor del tumulto enardecido cuentan se les han oído susurrar como un lamento, con un ruego, como una imploración, como un credo, como una oración… "No…, a Él no, Él es inocente… estáis equivocados…". Pero nadie escucha esos ecos, nadie atiende a esa auténtica sentencia ajustada a Derecho. El Nazareno es inocente. Aquel día fatídico no se escuchó el clamor de la verdad. Hoy también seguimos sordos y con el corazón endurecido cuando los nazarenos de nuestro mundo siguen siendo injustamente condenados. Si las piedras hablaran denunciarían amargamente la estupidez y la ignorancia agresiva de los hombres cuyo carácter de "racionales" mas que constatar un hecho ponen de manifiesto tan solo una aspiración.
La ciudad baja por el Albollón, por la calle Campiña, hacia la Fuente Nueva que ahora no es una plaza colorista, es un espacio distinto y brumoso en el que se haya el cenáculo junto al pórtico de San Francisco, cuyo ascenso hacia la calle Campiña nos trae la acritud del Palacio del Sumo Sacerdote. Queda mas atrás, allá en San Amador, Gethsemaní, el Monte de los Olivos, penitentes, orantes por siempre en el suceder del tiempo, silenciosos testigos vivos del Hombre que sudando sangre a borbotones, tomó con fuerza su propio dolor humano y frágil, transformando el mundo con la dación del Reino.
Después de todo, en continuo ascenso, la calle de la Amargura, calle Real altiva y sinuosa. Sus adoquines molturados por los pasos cansados y plomizos llevan la impronta del esfuerzo generoso, del sudor y la sangre del Nazareno que apenas puede seguir caminando hacia el Gólgota, hacia el Calvario, hacia la Calavera, hacia la gran mole de piedra vetusta e imperecedera, antigua como el dolor del mundo, eterna como nuestra esperanza. Es la Peña.
Míralo, te digo, siéntelo, tu pueblo se te muestra propicio a la comprensión de tan maravillosa y trascendental historia, historia de salvación. Acércate con la Fe del humilde, con el afán del erudito, con la avidez del deseo mas ferviente y con la imprescindible madurez de la práctica sacramental y disponte a sentir cómo todo va a ser renovado.
Han existido siempre, las cofradías no nacieron en el siglo XIII, ni terminan en el XX. Las cofradías, como resorte mas que son del engranaje de la vida eclesial, nacen con los apóstoles junto a María reunidos en el cenáculo después de la muerte de Jesús, donde recibieron el Espíritu Santo. Nacen para contemplar e imitar el Misterio de la Pasión y Muerte de Jesús. Nacen con vocación de perpetuidad pues son Iglesia, y la Iglesia de Cristo es perpetua. Para ello han ido sedimentándose a lo largo de los siglos en multitud de símbolos, de signos para procurar el acercamiento. La marcha silente de un nazareno, la cera sugerente perfumando el candoroso primor de un palio, esa música vehemente de asombrosa capacidad transmisora, las flores vespertinas que ribetean la orilla infinita de un trono son símbolos, símbolos de amor que conforman un lenguaje propio a través del cual los hombres expresan su relación con lo sagrado. Son en definitiva, manifestación de la belleza que, ante todo, es forma y en la forma la luz no se interrumpe desde fuera, sino que resplandece desde su interior buscando la oración de quien contempla este concierto de armonías y proporciones sublimes que interpretan el hecho místicamente perenne de la manifestación de la gloria pascual.
Y porque es momento del cambio, del paso, de la Pascua, en mi Jerusalén tuccitano Cristo entra en la ciudad, y lo hace sobre hombros jóvenes de jóvenes porteadores, claros de perfil y de miradas claras que pasean la hermosura de Dios perfilado en sus dos tendencias: la lejana, el Kyrios, el Señor trascendente, creador de cielo y tierra, majestuoso y aclamado triunfalmente, y la cercana, el hombre próximo al hombre que no duda en acoger a los chiquillos que le salen al paso con palmas y besos blancos.
Mas el resplandor se oculta y como contrapunto comienza a lucir la pena de un hombre abandonado que, aún en la consciencia de cuanto terrible le aguarda, mira al frente con miedo altivo y entregado. Jesús de la Oración en el Huerto es el Cáliz de Pasión, el Cordero preparado para el matadero, el mismo Holocausto de la Pascua en la mismísima Fuente de la Villa, en donde el agua de su cauce se macera amorosamente con la sangre que mana de sus poros, de su piel pálida de amargura. Agua y sangre. Bautismo y Eucaristía. La gracia del Espíritu en el Miércoles Santo tuccitano.
Y es que ahora, mas que nunca, es necesaria la fuerza de Dios, del Padre. Todo va a dar comienzo. Cautivo lo llevan ya, maniatado y triste pero… jamás vi tanta serena elegancia, semejante porte regio mecido en su pena mientras asciende por la calle Real al encuentro de su destino. Me gusta verlo pasar desde los patines y seguirlo con mis ojos, que apenas parpadean, durante esa subida de tantos años aprendida. Pareciera que el Señor Cautivo no es portado, sino que visto desde atrás, es el mismo Señor el que camina.
Uno, dos, tres, cuatro… puede sentir como su carne se desgarra tras cada golpe del flagelo, humildemente atado a una columna, cinco, seis, siete, cae rodilla en tierra, ocho, nueve, diez, preámbulo de la muerte, pues durante esta tortura Jesús, el Cristo, comienza a morir, golpeado… doce, trece, paciencia amarrada, paciencia expoliada, paciencia dulce e inquebrantable, paciencia, paciencia… catorce, quince, dieciséis… hasta cuarenta, cuarenta sangrientos azotes de paciencia. El Cristo de Humildad y Paciencia te mira con un implorante ruego de amor: no le defraudes.
Después de esto, con la carne hecha jirones, más amor. Nunca se quebró su mirada espesa, ni se quebró la negrura azulada de sus pupilas rutilantes. Ensangrentado, escoriado, casi mutilado por las gravísimas lesiones de la flagelación, Jesús sigue siendo amor. ¿A qué ahora coronarlo de espinas?.... macabra representación de la soldadesca romana. Visten al Rey de rey doloroso… y le encajan el horror de una corona de púas… y dotan de cetro al que nunca precisó de ello para dirigirse a la multitud que lo seguía. El arte tiene el poder de transferir a la materia significación trascendente y en el Cristo del Amor Coronado de Espinas, la pena negra del poeta se derrama por Río Genil, en la claridad fraterna del Jueves Santo.
"Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado, así conocerán que sois mis discípulos". Amor fraterno. Nunca un sustantivo y semejante adjetivo compusieron un binomio tan dulcemente perfecto. Amor fraterno, el del Cirineo, sencillo de formas y grande de espíritu. Amor fraterno el de María de Magdala, la que pasó, la que cambió, la que se transformó. Amor fraterno el de Juan, con su candorosa juventud y la fuerza de su inocencia puesta al servicio del Reino. Amor fraterno el de ese Jesús Nazareno que deja sentir la fuerza revolucionaria de las Bienaventuranzas, quien no las mostró como ideal de vida, sino que las vivió apasionadamente, siendo por tanto el perfecto retrato de su alma:
- Él fue pobre de espíritu, con pobreza espiritual y material, aún siendo de condición divina.
- Él fue afligido por los pecados de los hombres.
- Él pasó hambre en el desierto, sed en la cruz y hambre y sed de amor y comprensión de los hombres.
- Él fue la misma misericordia encarnada.
- Él fue limpísimo de corazón.
- Él era la paz.
- Él padeció persecución por causa de la justicia y por la justicia murió.
Por todo ello Jesús Nazareno es el hombre nuevo, la primicia, y en tal sentido el padre del nuevo ser, por eso lo llamamos Nuestro Padre Jesús Nazareno.
"Nazarenos, venid a Jesús". Porque es el cambio, el paso, la Pascua, y ahora que todo pasa por tristeza, depresión, abatimiento y desconsuelo Jesús abraza su cruz. La Verdadera Cruz de Cristo que Santa Elena halló en Jerusalén hacia el año 335. La cruz sola e impertérrita, gloriosa, triunfante, porque la cruz no es un instrumento de tortura. Se desvistió ya del carácter de suplicio. La cruz es camino de salvación. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz de cada día y sígame. Pues quien pretende salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, se salvará". La cruz, la Verdadera Cruz, santo y seña, faro y vigía, divisa gloriosa de la pasión que salva. La belleza hace resplandecer la verdad de las cosas. La imagen de Nuestro Padre Jesús de Pasión me hace rondar irremediablemente las cosas del otro lado, las intangibles, el sentido y la sensibilidad de aquel hombre humilde y valiente, me transporta, me eleva, me libera, me acerca al plano de la fe, a la comprensión poética del Misterio y me pone en la boca la palabra justa y concisa de alabanza a Dios.
Más todo calle ahora. Llegó el frío que cala los huesos, inhóspito como el sonido de un aullido. Es la muerte que todo lo cercena rasgando, cual paño ajado, el muro del Templo de parte a parte.
Por eso desnúdense los altares, se apaguen los candelabros y sin manteles ni flores la luna novena, llena e incandescente derrame sonidos de miserere.
La palabra del Profeta se ha revelado certera. Sin defensa ni justicia se lo llevaron arrancándolo de la tierra de los vivos. Está cumplido. Abranzando al mundo entero, en expresión infinita de amor, entregó el espíritu.
Lágrimas corriendo, todo es una sola unidad. Carne y madera, madera y carne. Es el árbol de la cruz donde termina la muerte y empieza la vida porque es el momento del tránsito definitivo, del cambio, del paso, de la Pascua.
En ese Cristo, que agoniza y muere crucificado, el pueblo andaluz se reconoce identificado con sus desgracias y sufrimientos humanos. Mas esa imagen no es sino la interpretación teológica de la redención que comienza a alcanzar su plenitud.
Señor de la Fe y del Consuelo, Tú que nos sustentaste con maná en el desierto, recibes en cambio fríos clavos de hielo, y colgado del patíbulo, coronado de fuego levantaste a tu pueblo de la postración, de la esclavitud y del miedo.
Cae el sol, que sobre el horizonte es un rojo anillo crepuscular de brasas extinguidas. Aloe, mirra y unguentos para suavizar todo cuanto la mano ejecutora del verdugo ha destrozado. Todo aquel cuerpo, ahora casi irreconocible, que en su día fuera objeto de mimos, caricias, y maternales besos, necesita ser purificado para encontrar descanso en la sepultura. Pero aún después de tal proceso, el bies de su tersura, casi etérea, conserva las señales imborrables del martirio. Así se pasea en mi pueblo la tarde-noche del Viernes Santo Cristo Yacente, yerto, bellísimo y enjuto. Muerto, sepultado, descendido a los infiernos y aguardando la luz turgente del Domingo.
Estos son, pues, los signos que llenos de contenido veréis. Y flores. Y cera. Y aromas que cimbrearán el aire, cual primaveral dote, claridad, sutileza… y movimiento. Arduo, pesado, difícil, pero transformador. Porque es el cambio, el paso, la Pascua. Y los penitentes pasarán, y los tronos pasarán, y la música pasará. Pasará la misma vida. Transforma tu corazón. Simplemente di, SÍ, como dijo María.
No te olvido, Madre Mía, en este conjunto de palabras peregrinas que se alzan como invocación expresa de tu amparo. Muéstrame, Trono de la Sabiduría, el camino seguro, Tú que eres, por la acción del Espíritu y por los méritos de tu Hijo Plenitud de los tiempos, la Nueva Eva, la Madre de la nueva humanidad. La primera fuiste en ponerte en marcha. Allá en Nazareth, en mitad de tu silencio, irrumpe Gabriel alegre, buscando una respuesta por encargo del Omnipotente:
"Alégrate, Hija de Sión, Alégrate, Llena de gracia, Alégrate, Inmaculada Concepción".
Alégrate porque tu "sí" abrirá las puertas de la historia. Tu "sí" retornará el mal a su madriguera, cegando para siempre el poder de su negrura. Tu "sí" será lluvia fecunda que hará brotar la tierra con la nueva semilla del cielo. Tu "sí" marcará el sendero cierto y ya nunca será posible la pérdida. Tu "sí" será, Señora Sublime, la primera identificación radical y absoluta con el Plan de Dios. "Hágase en mí, según tu palabra".
Sin casi entender nada, María dijo sí. Rompiendo tradiciones, María dijo sí. Complaciéndose en su cumplimiento, María dijo sí. Y es a partir del momento en el que la semilla de Dios comienza a surgir biológicamente en su seno, cuando esa Mujer Sencilla comienza a asumir, a aceptar, a asimilar la significación de Jesús. La gestación física de aquel Hijo terminó en Belén. La gestación espiritual terminó en la mañana de la Pascua, cuando todo empezó a cobrar sentido y es que la fe de María no estaba apoyada en evidencias, sino en la confianza en Dios que nunca falla.
Atrás quedó el camino recorrido, llevando con resignación las "especialidades" de aquel Niño que se hizo hombre conservando y agudizándose aún mas en Él esas "especialidades" que le llevaron a ganarse el corazón de las gentes y... a morir en la cruz.
La cruz. Prueba de fuego. Entre ti y esa cruz, María, sólo hay fe en Dios. Aunque mi pueblo te venere entre bambalinas, entre esa cruz y Tú sólo hay dolor. Aunque mi pueblo borde tu paso con nardo y rosa, entre esa cruz y Tú sólo hay desamparo. Aunque mi pueblo rice tu saya con hilo de oro añejo, entre esa cruz y Tú sólo hay amargura y soledad. Todo eso… y confianza, confianza aunque no supieras muy bien cual sería el destino de aquel penoso concierto de circunstancias presagiadas. Al pie de la cruz fuiste Auxiliadora del pueblo de Dios, ayudándole a emerger de sus cenizas, superando así la antigua desunión de Israel. Ese fue tu momento. Cumpliendo la voluntad del Padre, junto al Hijo en premonición de la venida de Espíritu, nacimiento de la Iglesia. Dios Trino, Trinidad de dulzuras.
Por eso, Señora, yo no puedo más que ensalzar tu primorosa hermosura con la estrofa que canta la grandeza de tu alma. Alma de mujer humilde nazarethana.
"Nazareth, Nazareth, Paloma Blanca |
Nueva esperanza, nuevo brote. Un murmullo de luciérnagas revolotea en los albores de la límpida claridad del amanecer, entre coros de ángeles:
Ofrezcan los cristianos |
Tras esta historia, tan legendaria como real y cierta, la pequeña historia de cada hombre, de cada mujer, es una posibilidad de salvación provista de todos los instrumentos necesarios para lograr una elevación trascendente hacia lo divino. Pero no busquéis grandes señales, pues Dios posee la grandeza de manifestarse en lo más pequeño.
También en la vida de esta pregonera, desde su principio se ha dejado sentir el pulso de Dios con su aliento insondable. El amor con el que mis padres esperaron mi nacimiento, la alegría en la acogida que me proporcionó mi familia fueron la savia con la que el Padre comenzó a abonar mi existencia.
Ese primer esbozo de vida comenzó a tomar forma a través de una infancia feliz a la luz de Faustino Míguez en mi querido Colegio "Divina Pastora", a la que siguió una juventud deliciosa, inconsciente y pletórica en mi querida Parroquia de San Francisco junto a mis amigas del alma.
Y, Dios quiso que yo fuera cofrade, a pesar de los muchos dolores de cabeza que me proporcionaron a mí y a mis hermanos de Nazareth la puesta en marcha de una nueva cofradía. Ellos y yo sabemos, recordamos y sentiremos siempre aquellos años de instrucción de la mano de Alejandro Recio y de Manuel Caballero Venzalá, años en los que tratábamos de imprimirle al proyecto la especialidad fecunda de una vida de trabajo continuado durante todo el año, concibiendo la Estación de Penitencia como un culmen de todo ese compendio, y no una aspiración en si misma. No obstante, por aquel tiempo la procesión estaba mas en el plano de los sueños que en el de la realidad que nos circundaba. "Nuestros nietos quizás vean nuestras imágenes en la calle", decíamos. Pues no. Lo hemos visto nosotros y en buena edad aún, creo, al igual que también un día no muy lejano veremos la sencilla hermosura de María de Nazareth pisar las calles, que ya se muestran impacientes. Y esto ha sido así y será así, porque Dios así lo ha querido.
Por todo esto, y por todo cuanto de bueno se me ha entregado sólo puedo decir gracias.
A mis padres, cristianos de corazón, personas honestísimas llenas de valores profundos que me criaron en el amor a Cristo, en la veneración a María y en el ejemplo edificante de los Santos.
Quiero tener un recuerdo especial para unas personas que esta noche en el cielo estarán orgullosos, anchísimos, como decimos en Martos. Mis abuelos Carmen, Antonia y Manuel. También, para mi abuelo Pablo al que nunca conocí, pero que sin duda el sabe quien soy yo. A ellos siempre les oí hablar de Dios con esa fe suya, tan tradicional como profunda y sincera.
A mi marido, esa gracia que quiso darme el cielo, que me acompaña y me alienta, que me da vida y calor, que me ha hecho madre de dos seres excepcionales, aunque ahora, mas bien son dos "serecillos". A ellos, a mis hijos Nazareth y Alonso, entre cuyos juegos, llantos, biberones y sueños he escrito este conjunto de sentimientos atropellados, dedico este pregón pensado y escrito con el alma arrebolada.
También, quiero agradecer a toda mi familia el estímulo reconfortante de vuestra presencia y el cariño depositado en vuestra sonrisa.
A mis amigos. Muchos y buenos tengo. Aquí os encontráis la mayoría. Vuestro aliento cómplice y vuestro cariño son la señal inequívoca del amor fraterno en mi vida.
Gracias, también, a mi queridísima Coral Tuccitana. Sé del esfuerzo que algunos de vosotros habéis tenido que realizar para acompañarme en esta ocasión tan especial para mí. Gracias por vuestra hermosa sonoridad cadenciosa tan apreciada por mi corazón.
Y a todos vosotros que os encontráis presentes. Gracias por compartir conmigo estos momentos de reflexión, de oración, de alegría. Estos retazos que de mi vida acabo de exponeros no son sino el bagaje que Cristo proporciona a cada uno de nosotros en el camino que se nos ha abierto. Porque somos hijos de la Luz y semilla de Resurrección.
Ahora, como Jesús le indicaba a la Sarah del relato, es nuestro momento y debemos posicionarnos. Porque es el cambio, el paso, la Pascua.
He dicho.